Fotos robadas: ¿exhibicionismo o chantaje?

2014-09-18 13.29.03-2Medios, privacidad, morbo, promoción, son palabras viejas que aparecen cada tanto para explicar cosas nuevas como esta costumbre de difundir en las redes fotos de gente en cueros. Estos conceptos fueron pensados para mundos muy distintos al que vivimos y no llegan a explicar las reglas de una vida enredada en circuitos de comunicación que no se parecen en nada a los viejos medios conocidos.

No alcanza la idea de privacidad porque la separación entre el mundo privado y el público ya no es tan clara. Esos ámbitos que la polis griega separaba tajantemente, tienen un límite muy difuso en el mundo contemporáneo. Se borra cuando recurrimos al Estado para dirimir cuestiones personalísimas como el sexo del documento, la violencia doméstica o el permiso para disponer del cuerpo en un aborto. Desaparece cuando la gente consiente hacer públicos sus momentos familiares, sus fotos domésticas, su sexualidad en grados que van desde el mohín sensual compartido en Facebook hasta el porno de aficionados. Se borra cuando el micrófono se convierte en el confesionario donde buscan la solución a dolores del alma o a problemas colectivos tanto personajes públicos como ciudadanos anónimos.

No aplica el concepto de morbo porque no estamos enfermos. No hay patología cuando se trata de un comportamiento social y no la desviación de algunos obsesionados con la intimidad de otros. Somos nosotros los que preferimos esta extimidad, como llama Zygmunt Bauman a ese espacio donde lo personal se hace colectivo. En ese afán por retener en instantáneas los instantes que se escapan, nuestros actos privados parecen necesitar del registro público para confirmar su existencia.

No hay promoción porque en la mayoría de los casos se trata de una intromisión a algo que se quería mantener en secreto. Jennifer Lawrence o el Pocho Lavezzy ya mostraron fotos encuerados. Y no fueron las que generaron revuelo. La celebridad de estos días ya no se explica por el efecto Wanda Nara, pionera en eso de mostrar su extimidad en una revista de espectáculos. Hoy, donde todo se expone en Instagram, Facebook, Pinterest, Google+, Twitter, el interés lo tienen aquellas figuras que intentan quitarse de nuestra vista. Lo que Paris Hilton y Wanda Nara eran a la fama, Jennifer Lawrence y Juanita Viale lo son al misterio que por estos días excita nuestra curiosidad. Y si antes seducía la perfección del Photoshop, hoy atrae la naturalidad de una foto frente al espejo del baño, como la que podría tomarse cualquiera de nosotros.

Por eso la cuestión no es si la nube es o no es vulnerable. No puede ser más complicado preservar una foto que una cuenta bancaria. El riesgo está en pretender guardar un secreto en la contingencia de un teléfono móvil o en la aventura con un destinatario que en algún momento puede perderla o vengarla. Sin embargo, la gente no puede parar de hacerlo. Posiblemente en la magnitud del riesgo resida su atracción. Como ya no es tabú tener sexo con cualquiera, quizás lo sea tomar el riesgo de exponerlo ante cualquiera.

El delito de develar secretos es chantaje más que robo. O venganza de un despechado que decide hacer justicia por foto impropia. La diferencia entre la divulgación de papeles que guardábamos en el mundo real es solo de escala: es un acto más sencillo liberar las fotos que alguien creía preservar en dispositivos mal preparados para contener secretos y es infinitamente más devastador en sus consecuencias. Como insiste Bauman, vivir en red no es lo mismo que vivir en una comunidad que exige ciertas obligaciones de reciprocidad, que por cierto estamos obviando también en la vida real. El punto es que no siempre somos del todo conscientes de que todo el tiempo elegimos entre libertad o seguridad y que cuanto más disfrutemos de una menos tendremos de otra. “La privacidad invadió y colonizó el espacio público a costa de perder su derecho al secreto” escribe el sociólogo en “Esto no es un libro” (Paidós, 2012).

Somos libres de sacarnos todas las fotos en todas las poses, pero cuantas más fotos, más osadas, en más dispositivos, más riesgo de que alguien se tome la libertad de disponer de ellas. Así como el consejo para mantener un secreto recomienda no contarlo, el único que puede estar tranquilo de no perder sus fotos es aquel que no cayó en la tentación de tomarlas.

Publicada en Revista Noticias, Edición 1968, 13 de setiembre de 2014.